La luz atrae mosquitos

Sentado en su cama, a la orilla del mundo de los sueños, mira fijamente las sombras ligeras de los insectos que vuelan alrededor de la lámpara. Quiere creer que así es la vida, como la de esos animales voladores alebrestados por la iluminación confundidos en creer que se trata de la luz del día, abrumados de la extrañeza de creer tener el sol tan cerca, tan cálido y tan vivo, más de lo que ellos pensaban que era. Simplemente fabuloso. Y vuelan y se enredan entre ellos mismos. Y se atontan unos con otros mientras siguen extasiados de la claridad del sol encerrado en un cristal. Unos quieren ir más allá y sentirlo en sus patas, pues no basta solo con saber que está cerca. Entonces, intentan pararse sobre él explorando esa nueva fantasía hecha realidad. Seguramente sus madres insectos debieron advertirles sobre algunos peligros que se encuentran por ahí, y que la vida puede ser más corta de lo que de por sí es para un animal de su clase; aunque ellos de advertencias no se recuerdan en ese momento, están felices de lo que sienten y han descubierto. Pero pasa el tiempo, y todo se hace más caliente cada vez que vuelan y se vuelven a posar en el sol. Terminan por cansarse, y con sus patas quemadas, ya no les interesará saber si hay otro sol más allá de lo que alguien puede llegar a conocer, puesto que para ellos es lo último y lo mejor que pudieron experimentar. Unos van cayendo por la deshidratación, otros sin patas, otros con alas achicharradas, y se consuelan unos a otros: "Pero bueno, así es la vida. No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista". De los miles sólo sobreviven unos cuantos simplemente a la suerte, esa suerte que está decidida en las manos del observador cansado y soñoliento: él cree que es hora de dormir, para todos. Dulces sueños a los que quedan en la oscuridad, otra vez burlados como los de las noches anteriores. Mañana será otro día, perfecto para ir en búsqueda del verdadero sol. Se duerme queriendo pensar en que algo así debe pasar con ese Ser Superior.