
La verdad es que sí quizo arrepentirse de ese momento ensayado, porque la sensación de esas miradas peligrosas le advirtieron mucho tiempo antes de tomar precaución. Pero él sabia que aunque no quisiese, tendría que hacerlo.
¿Y ahora qué? ¿Tanto esfuerzo para nada? ¿Será que en esta vida no vale la buena voluntad? ¿Será que es el destino de aquel que quiere hacer las cosas bien, llenas del esfuerzo y sudor? Sabía que era, ¡Injusticia! Esa impotencia...
¿Ahora qué le quedaba?... Nada. se sentía agitado, preocupado por su madre; por sus sentimientos y su salud, por sus lágrimas y sollozos, por sus esperanzas y su futuro que fueron enterrados con él. No podía mirar otra cosa más que el dolor de ella, empapado del negro de su vestimenta que dejaba entrever el rosario confidente de aquellas plegarias empecinadas en él, para que simple y sencillamente le fuera bien y guardado con Dios. Si, ese Dios que ahora respiraba sin sus pulmones, que lo sentía en el aire, que lo escuchaba diciendole "Hijo". Pero él sentía dolor. Ella también. Un mundo tan superficial era lo que los había separado, y no por lo que había visto en aquellos tipos, sino por lo que a ellos les faltaba por dentro que no podría llenarse nada más que con más y más... cosas... dolor ajeno...
Sabía que era hora de partir, y no estaba preparado aún después de los nueve dias de despojo de su cuerpo. Era de noche, y el silencio abrumador intentaba apagar los lamentos de esa bella mujer, su único amor. Suspiró. Ella abrió sus ojos que se habían tornado grises por el tiempo, que junto a su alma lo buscaban en toda la habitación: sabía que estaba ahí, junto a ella, con ella, que aunque se hubiese hecho justicia en este infierno, nada se lo podía devolver. Pero lo más importante: ella creía. Confiaba firme y fielmente en su Señor omnipotente que había decidido que la balanza se inclinara mas de un lado, pues era lo único que le quedaba.
Un abrazo de sus espíritus, y el último suspiro que se secó entre las hojas del frijol, mientras volvía a amanecer en San Juan...
¿Y ahora qué? ¿Tanto esfuerzo para nada? ¿Será que en esta vida no vale la buena voluntad? ¿Será que es el destino de aquel que quiere hacer las cosas bien, llenas del esfuerzo y sudor? Sabía que era, ¡Injusticia! Esa impotencia...
¿Ahora qué le quedaba?... Nada. se sentía agitado, preocupado por su madre; por sus sentimientos y su salud, por sus lágrimas y sollozos, por sus esperanzas y su futuro que fueron enterrados con él. No podía mirar otra cosa más que el dolor de ella, empapado del negro de su vestimenta que dejaba entrever el rosario confidente de aquellas plegarias empecinadas en él, para que simple y sencillamente le fuera bien y guardado con Dios. Si, ese Dios que ahora respiraba sin sus pulmones, que lo sentía en el aire, que lo escuchaba diciendole "Hijo". Pero él sentía dolor. Ella también. Un mundo tan superficial era lo que los había separado, y no por lo que había visto en aquellos tipos, sino por lo que a ellos les faltaba por dentro que no podría llenarse nada más que con más y más... cosas... dolor ajeno...
Sabía que era hora de partir, y no estaba preparado aún después de los nueve dias de despojo de su cuerpo. Era de noche, y el silencio abrumador intentaba apagar los lamentos de esa bella mujer, su único amor. Suspiró. Ella abrió sus ojos que se habían tornado grises por el tiempo, que junto a su alma lo buscaban en toda la habitación: sabía que estaba ahí, junto a ella, con ella, que aunque se hubiese hecho justicia en este infierno, nada se lo podía devolver. Pero lo más importante: ella creía. Confiaba firme y fielmente en su Señor omnipotente que había decidido que la balanza se inclinara mas de un lado, pues era lo único que le quedaba.
Un abrazo de sus espíritus, y el último suspiro que se secó entre las hojas del frijol, mientras volvía a amanecer en San Juan...
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1 personajes verborrean.. comen-tan pues..:
muyy buenoo!
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